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Boccaccio: Peste Negra
Ventana al virus: las formas que no vemos¿Quién escribirá la novela de la pandemia?, se pregunta el autor en este ensayo en el que recorre los meses de confinamiento, espera y virus a través de una cantidad de imágenes tomadas de la literatura universal y de sus propias vivencias.
Nunca sabremos en qué momento la palabra pasó al arte. De pronto, en torno de una fogata, se concibieron historias. Una de ellas conservó el nombre de Odisea. Su tema no ha sido superado. ¿Hay mayor angustia que la dificultad de volver a casa? Salir al mundo ayuda a entender el peso del retorno; el destino mejora con los esfuerzos para obtenerlo; por ello, en su poema «Ítaca», Constantino Cavafis pide «que el camino sea largo».
Boccaccio tenía entonces 35 años. Escritor autodidacta, dominaba la versificación sin ser un auténtico poeta; además, no podía compararse con las inimitables figuras de su siglo: Dante y Petrarca. La mayor parte del tiempo se le iba en conquistas amorosas. Hijo natural, fue enviado por su padre a Nápoles para que no incomodara a su madrastra. Acaso por ello, siguió la ruta de otros célebres donjuanes, buscando en un sinfín de mujeres a la que nunca conoció. Al ver cadáveres en las calles y cerdos que morían por lamer sus vendas, decidió ser fiel a su época. Repudió las rimas eruditas, tuvo urgencia de ser comprendido y acudió a la forma más alta de la expresión vulgar: la prosa. En 1353 concluyó el Decamerón.
Florencia, 1348: la peste negra desangra la ciudad. Siete mujeres y tres hombres de la alta sociedad florentina se encuentran fortuitamente después de misa en la iglesia vacía de Santa Maria Novella y deciden huir de la ciudad escapando de la enfermedad y refugiarse en una villa abandonada en las afueras, en Fiesole. Allí pasarán 10 días contando relatos procaces y anticlericales, aislados, a salvo. ¿A salvo? Las últimas investigaciones sobre la mayor pandemia que haya sufrido jamás la humanidad en su historia arrojan una luz nueva e inquietante sobre aquella peripecia narrada por Giovanni Boccaccio en el 'Decamerón', obra cumbre en los albores de la literatura italiana y que tanto se ha citado estos últimos días de vertiginosa eclosión del coronavirus.
En el invierno de 1347, las hordas mongolas recién convertidas al islam asediaban el puesto mercantil italiano de Caffa (la actual Feodosia), en la península de Crimea en el Mar Negro, cuando la peste prendió entre los infieles exterminándolos a toda velocidad. Según crónicas de la época, antes de retirar el asedio, los tártaros colocaron los cadáveres amontonados en catapultas y los lanzaron al interior de la ciudad en lo que parece la primera operación de guerra bacteriológica conocida. Según explica Benedictow, esto es probablemente una noticia 'fake'. En cualquier caso, la enfermedad sí saltó de alguna forma las murallas de Caffa y, cuando los bubones empezaron a brotar, los italianos huyeron en sus barcos llevando consigo la peste a los principales puertos de Europa. El horror acababa de comenzar.
En el verano de aquel año, 12 galeras genovesas arribaron al puerto de Messina con su inesperado pasajero y se desató la catástrofe: los supervivientes huyeron de la ciudad diseminando el mal por toda Italia. En diciembre, había llegado a Marsella, y de allí saltó a Mallorca, empotrada en los ejércitos invasores que tomaron entonces la isla. Poco después recorría la península Ibérica como un reguero de pólvora. Ya en 1348, invadió el resto de Francia, Bélgica, Suiza... En junio tocaba tierra en las Islas Británicas y al año siguiente arrasaba el Sacro Imperio Romano Germánico.
"Muchos interpretaron la situación como una señal del fin del mundo", escribía el historiador inglés Peter Frankopan en su también excepcional 'El corazón del mundo'. "En Irlanda, un monje franciscano concluyó su testimonio acerca de los estragos causados por la peste dejando un espacio en blanco 'para continuar la obra, en caso de que quede alguien con vida en el futuro'. Existía cierta sensación de apocalipsis inminente; en Francia, los cronistas relataban que 'llovían ranas, serpientes, sabandijas, escorpiones y muchos otros animales venenosos similares'. Del cielo brotaban señales que evidenciaban con claridad el descontento de Dios: piedras de granizo enormes cayeron sobre la tierra, matando a docenas de personas, mientras que hubo ciudades y pueblos que quedaron arrasados después de que les prendieran fuego unos rayos que producían 'un humo nauseabundo".
Recordemos, para resolver el enigma apuntado al comienzo, el método de contagio de la peste. El enemigo es un bacilo, la Yersinia pestis, y el portador es la pulga de la rata negra. Se trata por tanto de una zoonosis, esto es, de una enfermedad que ataca básicamente a un tipo de animal y que, solo en ocasiones, se desborda al ser humano hallando en él una tierra promisoria para la infección. Como nuestro actual coronavirus —o Covid-19, por cierto—. Lo asombroso es que, en el caso de la peste, el contagio entre seres humanos es irrisorio, solo un tanto mayor en una de las modalidades de la enfermedad, la llamada peste neumónica. Es esencial que haya ratas. Las pulgas contagian a las ratas, las ratas mueren a montones —como en el inolvidable comienzo de 'La peste', de Albert Camus— y, cuando se quedan sin ratas, las pulgas saltan a nuestra especie.
Comienza la primera jornada del Decamerón, en que, luego de la explicación dada por el autor sobre la razón por que acaeció que se reuniesen las personas que se muestran razonando entre sí, se razona bajo el gobierno de Pampínea sobre lo que más agrada a cada uno.
Cuando los investigadores fueron conscientes del todo de esto, pudieron explicar al fin la desconcertante anomalía que se repetía registro tras registro: contra toda lógica, el índice de mortalidad de la peste negra era mucho mayor en zonas rurales, con menor densidad de población, que en las metrópolis densamente pobladas. Sencillamente, por los pueblos pululaban muchos más roedores que por las ciudades. Concluye Benedictow: "Este modelo epidemiológico explica de manera básica cómo la peste puede causar estragos tras su llegada a una unidad residencial de pequeño tamaño, y por qué la gravedad de su impacto sobre una población humana no aumenta con la densidad del asentamiento. La importancia de este descubrimiento es crucial; a mediados del siglo XIV, alrededor del noventa por ciento de la población de Europa, Oriente Medio o el norte de África vivía en el campo con una densidad que no era más que una pequeña fracción de la actual; y solo una enfermedad epidémica que poseyera esas propiedades de diseminación pudo haber causado la espectacular caída demográfica de la Baja Edad Media".
Así, como el infausto protagonista de 'Cita en Samarra', cuando los jóvenes adinerados del 'Decamerón' creyeron burlar a la parca en la ciudad escapando al campo, en realidad, se entregaron irremediablemente a ella sin saberlo.
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