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El modo más sencillo de explicar el metaverso es a través del concepto de dimensión.
El modo más sencillo de explicar el metaverso es a través del concepto de dimensión. El salto consiste en pasar de las dos dimensiones de las pantallas a las tres de la realidad aumentada y virtual.
El modo más sencillo de explicar el metaverso es a través del concepto de dimensión. El salto consiste en pasar de las dos dimensiones de las pantallas a las tres de la realidad aumentada y virtual. Si en estos momentos todos tenemos perfiles o cuentas en las redes sociales, donde alojamos una fotografía que nos representa y una serie de contenidos propios y ajenos, en el metaverso nuestra identidad será encarnada por nuestro avatar, que se moverá en un espacio tridimensional. Nuestro perfil ya no será plano, sino cúbico: un escenario donde interactuar, en vez de una página donde hacer scroll. Meta es la corporación que mejor ha comunicado ese cambio radical. Con su nuevo nombre, Facebook deja claro que quiere apropiarse de una palabra y un concepto que —por supuesto— no le pertenecen. Como tantos otros de la tecnología de nuestra época, nacieron en la ciencia ficción. El metaverso lo hizo marcado por la oscuridad: pertenecen a una única corporación tanto el primero que se llamó como tal, en la novela Snow Crash, de Neal Stephenson (publicada en 1992); como el más famoso, el OASIS de Ready Player One, de Ernest Cline (19 años posterior).
La ficción especulativa ya no solo es el nuevo realismo: está imprimiendo la nueva realidad. Pero, aunque la ambición de Zuckerberg sea apoderarse del concepto de metaverso, son muchas las empresas que ofrecen ya videojuegos inmersivos y entornos laborales virtuales. Google y Microsoft también están diseñando los suyos. Parece ser que, como hijo de internet que es, el metaverso será plural o no será.
La mudanza no se da solamente en el ámbito de la representación, sino también en el de la visualización. Entre Facebook y Meta hay una transformación empresarial que implica que la empresa de Mark Zuckerberg multiplique su tentáculo de fabricación de dispositivos. De momento, sobre todo de gafas y de cascos de realidad virtual. De ahí la importancia que ha tenido Oculus en la historia reciente de la corporación. Y la alianza estratégica con Ray-Ban, es decir, de lo clásico con lo viral. Si Meta logra que uno de cada tres de los cerca de 3,500 millones de usuarios que suman Facebook, WhatsApp e Instagram se compren unas gafas, estaríamos hablando de más de 1,000 millones de unidades.
Se estima que Apple ha vendido 2,000 millones de iPhone en sus 15 años de historia. La empresa que creó Steve Jobs cuando Zuckerberg todavía no había nacido está en el punto de mira de Meta. Durante los últimos meses ha tenido lugar en los tribunales una batalla legal de alto presupuesto entre Epic Games (cradores del juego Fortnite) y Apple, contra el monopolio y 30% de comisión que cobra la App Store por alojarlo. Al introducir la transcripción de la presentación de Meta y el metaverso que Mark Zuckerberg protagonizó el pasado 28 de octubre en un generador de nubes de palabras, vemos que en el centro —como la palabra más usada— aparece “people”. No es raro: los discursos populistas sitúan en su centro a la gente. Si tuviera que escoger una única frase de todo el discurso, sería esta: “Estamos en pleno 2021 y el diseño de nuestros dispositivos todavía gira alrededor de las aplicaciones, y no de la gente”. En ese contexto, el tecnólogo vaticina un futuro inspirado en los videojuegos en línea y sin apps. Es decir: un futuro en que Meta construya su propio monopolio.
En la diana no solo está el reino de Apple, sino también el de Amazon. Si hace 25 años se inició la conquista de internet como espacio virgen para la publicidad y la compraventa, su refundación en clave 3-D persigue una duplicación en que todo esté de nuevo vacío, disponible, explotable. Para ello, Meta necesita la complicidad de influencers, desarrolladores informáticos y creadores digitales. Se trata de generar una nueva economía. Una economía de la gestualidad y la interacción personal, que no tenga en su centro el clic. Cuando compremos unos zapatos o un libro en una tienda virtual, lo haremos mediante avatares y viendo el objeto que adquirimos, sin la frialdad instantánea del comercio digital. ¿Cuánto tardará Amazon en anunciar su propio metaverso?
Con el cambio de marca, el proyecto de Zuckerberg corrige un error que se encuentra en el origen de otras corporaciones que ahora controlan el mundo: el de bautizarse con un nombre que no estaba a la altura de su futuro. Para entendernos: Twitter, cuyo significado aproximado sería “piar”, debería haberse llamado —digamos— Conversation. Google ya se volvió en 2015 parte de Alphabet, ampliando el foco de lo matemático y minoritario (“gúgol”)[1] a lo universal: el lenguaje, la tecnología más impresionante que ha creado el ser humano. Meta también es de origen griego, pero tiene un sentido polisémico: más allá, junto a, auto, complejidad. Si universo significa “uno y todo lo que lo rodea”, el metaverso puede ser entendido como un universo paralelo, pero también como un universo autorreferencial.
Mientras Jeff Bezos (Amazon) y Elon Musk (Tesla y SpaceX) aspiran con llevarnos a Marte, Zuckerberg parece obsesionado con que nos quedemos en casa. El éxito o el fracaso de su versión ampliada y actualizada de la plataforma Second Life depende por entero de nosotros. Nace con un supuesto compromiso ético por la privacidad, con la necesidad de que lo apoyen masivamente los desarrolladores de software (91% de los cuales son hombres, lo que no promete demasiado en términos de sesgo) y, sobre todo, con la carga de los nefastos errores cometidos por Facebook en sus 17 años de existencia. ¿Merece nuestro apoyo?
Durante milenios ha existido un multiverso, compuesto de literatura, ficciones y neuronas. La mitad de la realidad, ese hemisferio que el escritor Alan Moore ha llamado la inmateria, un universo de mitología e imaginación que nos constituye con la misma fuerza que lo hace el mundo del cuerpo o la materia, ahora tiene una dimensión paralela, muy poderosa, en las dos dimensiones de todas las pantallas del mundo. Y pronto acabará de constituirse en una tercera existencia, la del metaverso tridimensional. Esas tres esferas virtuales deberíamos entenderlas como entendemos las capas geológicas y biológicas que suman nuestro planeta: como un patrimonio común.
Como los mitos o el internet que hemos conocido hasta ahora, el metaverso va a formar parte de la realidad. Cuanto más plural sea, cuanta más diversidad de todo tipo acoja, mejor será.
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